Por Victor Manuel García Santiago
Dicen que muchos recuerdan el primer beso, pero para un servidor es más trascendente el primer libro leído. En mi caso Los relámpagos de agosto y La ley de Herodes (venían en un solo tomo) alumbró mis años mozos; el maestro Ibargüengoitia hizo crecer en mí el amor por la lectura a mis nueve años; más tarde, en un afán por llevar la lectura a los sectores populares, la SEP y otras editoriales lanzaron en quioscos una hermosa colección rústica de Lecturas Mexicanas, que en diferentes series retomó lo que un día Ulises Criollo quiso hacer.
Éramos humildes porque crecimos en un barrio marginal, pero la lectura de libros e historietas propias de la edad hizo que mis hermanos y yo dejáramos de ser pobres. Además, nuestros padres eran lectores de periódicos y revistas. Crecí con el Excélsior de Julio Scherer, Proceso y el Siempre! de José Pagés Llergo. Devoraba las tiras cómicas los domingos y en ocasiones me chutaba la columna Matarili en Ovaciones, que llegaba a mis manos porque a cierta edad la famosa página tres de ese periódico, en su segunda edición, la miraba a escondidas.
Ser pobre, como los más de 55 millones de mexicanos —casi la mitad de la población total, según el INEGI— radica en el principio de supervivir; sin embargo, al no leer se es más pobre y muchos terminan por legitimar al soberano en turno. Aunado a eso, si en muchos lugares no hay escuela ni clases, entonces el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, tiene razón: “Los pobres no leen”, lo que no dijo es que muchos que sí leen —con doble e— lo hacen para sacar algún provecho de otro, como lo ratifica la cauda de ex gobernadores acusados.
Estadistas que estudiaron en Harvard no por haber accedido a una mejor escuela son personas ejemplares. Entonces, quiénes son los buenos y los malos. De sobra se sabe, pero la culpa la debe tener alguien: los que votan por el PRI, los compran con un programita social, una tarjeta del súper y con el miedo de que los apoyos se irán.
Partidos van y vienen, no hay a cuál irle y el debate mexiquense de candidatos lo demostró. Ganó el menos corrupto, o sea la que no ha ocupado un puesto en el gobierno, que es independiente, a pesar de que la oposición se unió contra Alfredo Del Mazo. Nadie habló de su preparación académica ni mencionó la pregunta que todo político estudia: cuál libro marcó su vida, por aquello de las dudas.
Ojalá todos leyéramos, incluso los alumnos de la universidad que tienen la facilidad de conseguir ejemplares digitales para que no gasten. Quizás para muchos en México, como la corrupción, no leer es parte de la cultura local. Sólo como experimento haga una lista rápida de amigos y póngale una cruz a los que no leen. Se darán cuenta de cómo estamos.
Pregunta para el diablo
¿Una nación lectora cambiaría a sus verdugos?
Imagen de: @vikusan