Para mis amigos que se juegan el pellejo por su trabajo diario.
Alguna vez un periodista dijo que este oficio no es para cínicos. Treinta años después en México afirmamos que no es para cobardes. Sabes lo que puede pasar, debes tener en cuenta hasta dónde te detienes o sigues. Nuestro país, el de hermosos paisajes naturales, comida inigualable, de rica historia precolombina es también donde asesinan periodistas por el simple hecho de informar.
Es penoso reconocer que en zonas marginadas no sólo por la pobreza, sino por el nivel de criminalidad, muchos colegas viven en la zozobra y otros más de plano han dejado de ejercer. Los recientes asesinatos de Miroslava Breach y Javier Valdez, aunados a otros periodistas de medios locales en provincia, no sólo han generado indignación, también fuertes críticas hacia el gobierno federal por la falta de garantías hacia su trabajo. La protección que los cuerpos policiacos dan a las organizaciones delictivas forma parte de una red de complicidad que salpica las altas esferas de la clase política.
Hace unos meses el canal Discovery lanzó con bombo y platillo el programa Clandestino, en el que el periodista español David Beriain, con conocimiento de causa y efecto, se junta con narcotraficantes que controlan Sinaloa, el estado de donde era originario el querido Javier Valdez. El reportero y un camarógrafo viajan en una camioneta con dos sicarios encapuchados que portan armas largas, los detiene una patrulla y éstos, con toda la calma del mundo, dicen a los policías que están trabajando. Así de fácil se van. “Los tenemos comprados a todos”, sentencia el matón; las autoridades saben quiénes asesinaron al corresponsal de La Jornada y quién ordenó su muerte.
Pero qué mueve a un grupo a matar a un comunicador si controla con cierta facilidad una gran región para el paso de su mercancía. Un periodista sólo informa y, de acuerdo con los testimonios, los sicarios tienen enemigos más poderosos: aquellos que buscan adueñarse de la plaza o de desertores que desean controlar el negocio. En qué momento la cabeza de una organización criminal decide que un periodista le estorba, si lo que menos les importa es que “sus hazañas” sean conocidas, pues ahí tenemos los narcocorridos que los enaltecen, ¿será que un comunicador difunde algo que es tan peligroso para ellos?
Los periodistas pasaron a ser un gremio incómodo para políticos, policías y criminales, si no es que estas palabras ya deberían ser sinónimas. De ser espectadores en primera línea no quedaron siquiera en fuego cruzado, son los primeros en ser sacrificados. En el más reciente libro que edita el diario español El País, llamado Testigos de horror, diversos narradores relatan lo que sucede en lugares conflictivos del mundo, de ahí el nombre, pero en ninguno de los casos aparece México, donde el título ideal sería el que encabeza este artículo.
Pregunta para el diablo
¿Y el CISEN, apá?
Imagen de: @Vikusan